Los seres humanos tenemos una esperanza de vida de 75 años aproximadamente. La Tierra, por su parte, tiene una edad de unos 4.500 millones de años —según lo demuestran los estudios geológicos y geofísicos modernos a través del concepto de tiempo profundo—. Estas dos cifras dejan claro que nuestra percepción del tiempo es relativa y, por tanto, imperfecta. Vivimos un instante en este mundo, así que nuestro cerebro es incapaz de entender qué representan períodos de tiempo de mil, cien mil o un millón de años.

El tiempo es el reflejo del orden sistemático de los procesos naturales; es la dimensión de la constancia y el cambio. Toda la materia que existe en nuestro mundo está condicionada por el paso del tiempo; aun así, este concepto es uno de los más complicados de entender. Nos relacionamos con el entorno a través de ilusiones temporales que reducen o expanden los intervalos de tiempo en los que suceden nuestros eventos vitales. Este hecho nos impide entender con claridad el concepto de tiempo profundo, cuyo radio de acción se sitúa entre lo biológico, lo histórico y lo geológico.

Este proyecto conecta espacios y tiempos, y los relaciona con cuestiones de orden y medida. De lo micro a lo macro. De lo íntimo y lo corporal, a lo geológico y lo planetario. Del tiempo reducido al tiempo expandido. Todas las obras comparten un denominador común, que es el paso del tiempo. Cada pieza explora el tiempo a merced de sus propias circunstancias, sin una dirección ni propósito fijo. Los materiales utilizados y su erosión, el trabajo procesual o la idea de desplazamiento de algunas obras hablan de un tiempo fluido, cíclico y relativo que cuestiona nuestra forma de estar en el mundo.

Tiempo íntimo, tiempo corporal, tiempo fluido, tiempo físico, tiempo productivo, tiempo contenido, tiempo infinito. Son todos tiempos que van más allá del tiempo lineal al que la historia nos tiene acostumbrados. La historia, como el tiempo, también es elástica. Una cosa está clara, al final, todo se erosiona, solo es cuestión de tiempo.